1 de noviembre de 2011

Día de los Fieles Difuntos, Jujuy vive una significativa conmemoración

Cuando despunta noviembre y los coyuyos prenden sus coplas en las copas florecidas de los tarcos, el pueblo de Jujuy vive una de sus más significativas festividades, en las cuales –como en muchas otras- se entremezclan las creencias y cultos cristianos con el paganismo propio de los antiguos señores de esta tierra.

Nos referimos al Día de las Almas, al que el almanaque con su frialdad de impreso, marca en rojo como el de los Fieles Difuntos.
El culto a los muertos es sin duda un aspecto que no es ajeno a muchos pueblos de la tierra, en especial a los orientales, y que en Jujuy adquiere singular importancia.
La festividad que nos ocupa comienza a las doce de la noche del uno de noviembre, ya que una vieja tradición dice que Dios da permiso a las almas para recorrer los lugares donde transcurrió su existencia terrenal. Firmes creyentes de ello, en todas las casas y en forma especial en las viviendas campesinas, las mujeres trajinan todo el día preparando las viandas que fueron del agrado del finado.
Según la zona geográfica de la provincia, se preparan comidas como picantes, sopas de distinto tipo, carnes con ocas (papas muy pequeñas), locros, empanadas, chalona (charqui de carne ovina), asados, queso de cabra, vaca y oveja, y todo lo que está al alcance del bolsillo de los que esperan la llegada del alma.
“Poner la mesa” corresponde a la ceremonia primordial, ya que sobre ésta se depositará todo el banquete ofrecido a las al mas, incluyendo panecillos con forma de animales coloreados con tinturas vegetales llamados “ofrendas”, al igual que el resto de las viandas.
Se colocan además en la mesa que puede estar cubierta por un mantel negro si “el muerto es nuevo”, bebidas típicas como la chicha de maíz, de maní y en algunos casos de manzana.
Platos con cigarrillos, abundantes hojas de coca y la infaltable yista (tortilla de cenizas y bicarbonato utilizada para el coqueo) completan las ofrendas y en algunos casos, se hace aprovisionamiento de pochoclos coloreados, generalmente traídos de Bolivia, y otras golosinas destinadas a los niños.
La familia “vela” toda la noche alrededor de la mesa ya tendida y en oportunidades, se rezan oraciones a todos los santos, festividad religiosa fijada para el primer día de noviembre.
Cuando llega la hora del mediodía del 2, ya se cumple el tiempo en que las almas deben volver a su lugar de descanso, y esperando que el convite haya sido del agrado del o los difuntos, la familia se reúne alrededor de la mesa y se dispone a disfrutar de lo que “quedó” luego de que las almas satisficieron su apetito. Se procede entonces a “levantar la mesa”, para lo cual generalmente se elige a una persona mayor o distinguida que está invitada, ya que las familias se muestran hospitalarias en este día.
La persona encargada de levantar la mesa procederá a servir a todos los presentes una porción o pedazo de los manjares colocados sobre ella, sin olvidar de repartir aunque sea un pequeñísimo bocado de cada una de las comidas, haciendo lo mismo con las bebidas y es obligación del visitante comer lo que se le ha brindado, y en el caso de estar ya satisfecho llevárselo a su casa, para lo cual siempre carga una bolsita.
En las familias de origen boliviano, que no son pocas, antes de servir a los invitados, se ha separado un plato conteniendo todo lo colocado como ofrenda y se lo lleva a enterrar al pie de una columna que se encuentra equidistante de todos los ángulos de la vivienda. Y allí, en un pozo existente, hacen partícipe del convite a la Pachamama, la madre tierra, siempre presente en la alegría y el dolor de los pueblos indígenas de esta zona del país.
Una vez terminada la comida servida, algunos miembros de la familia se dirigen al cementerio, donde colocan velas, coronas de papel y flores sobre las tumbas, dando así por cumplidas sus obligaciones de amor y respeto a los seres queridos que ya no habitan este mundo, dándoles pruebas que no los han olvidado y que les han ofrecido lo mejor de su afecto.
En las clases altas, se asiste a misa y luego los jujeños acomodados colman los cementerios de flores y velas destinadas a los difuntos. Tal vez no hayan cumplimentado los ritos tradicionales, pero no los ignoran respetándolos tanto como lo hacen los practicantes.
Brunilda Figueroa Revol

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