De vez en cuando el fútbol, como la vida misma, transita por la ruta
de la lógica más pura. ¿Qué debía esperarse del cruce entre el campeón
invicto del pasado Apertura -también pretendiente sólido a quedarse con
la Copa Libertadores de América en este semestre- y el máximo candidato,
de acuerdo con el rigor de los números, a perder la categoría? Pues en
la Bombonera pasó lo que debía suceder:
Boca venció a este Olimpo que
hizo pie mientras pudo y que después cayó luchando.
No fue, de
todos modos, un recorrido llano el de Boca por este partido. Sirve de
ejemplo inicial la primera media hora: Olimpo -con lo que tiene- ofreció
prolijidad para defender, recortó espacios hacia atrás, quitó casi sin
infracciones cerca de su área y atacó cuando observó agujeros en el
fondo rival. Con eso le alcanzó para incomodar a un Boca despojado de
encantos y de juego, a partir de que Juan Román Riquelme estaba lejos
del armado y de la pelota.
El equipo de Falcioni parecía anclado
en su cita más reciente, la primera oficial de este 2012: ese partido
sorprendente frente a Ramón Santamarina de Tandil (equipo del Torneo
Argentino A), por la Copa Argentina, en Salta. Como en esa ocasión, Boca
comenzó lento, manso, carente de búsqueda ofensiva. Y también padeció:
no sólo porque no encontraba la pelota, también porque en la primera
llegada casi se queda en desventaja. Anoche, a los 16 segundos, Agustín
Orion -como en la Copa frente a Martín Michel- evitó que Andrés
Franzoia, tras un centro de Emiliano Romero, diera el golpe en la
Bombonera.
Ante ese escenario de juego, Olimpo administraba con
criterio la pelota a partir de su dúo de mediocampistas central, Ariel
Rosada y Damián Musto. Boca, asombrado, tardó 25 minutos en generar
cierto peligro en el arco de Matías Ibáñez, a través de un tiro libre de
Riquelme que no llegó a conectar Darío Cvitanich. Cuatro minutos antes,
Boca había pateado por primera vez al arco (remate alto de Diego
Rivero). Un síntoma de ese momento del partido.
Pero Boca cuenta
también con argumentos individuales para resolver inconvenientes o
circunstancias adversas: cuando en el último cuarto de hora de la
primera mitad apareció Román, el equipo ofreció una versión más propia
de su condición de campeón. Por eso, el gol -a los 40 minutos- no fue
una casualidad: salida de un tiro libre, pase notable -un estiletazo- de
Riquelme, cabezazo de Pablo Mouche y definición de Cvitanich. Una a
cero. Una consecuencia que no retrataba lo que el campo había mostrado;
un premio exagerado para ese Boca desparejo.
El segundo tiempo
comenzó como el partido. Con un Olimpo que se animó y se adueñó de la
pelota. Y hasta llegó: Andrés Franzoia tuvo dos chances claras, pero no
pudo contra su falta de precisión y mucho menos contra Orion.
Sin
embargo, volvió a quedar claro: no es casualidad que un equipo llegue a
30 partidos consecutivos sin derrotas en el fútbol argentino. Y ese es
el caso de este Boca que, más allá de cuestiones de gustos, sigue su
marcha. Ayer, en el segundo tiempo, sin brillar, sin desplegar un juego
de alto vuelo, liquidó el partido tras ese inicio audaz del equipo
bahiense. Le alcanzó -otra vez- con los destellos de Riquelme, la
constancia de Mouche, la solidez de Leandro Somoza y esa garantía de
cero que frecuentemente ofrecen la defensa y el arquero (en el Apertura,
estableció un récord con seis tantos recibidos en 19 fechas). El gol
que clausuró las chances de Olimpo en el partido sucedió a los 21
minutos: jugada de Riquelme a lo Riquelme, pase impecable para Mouche y
definición del delantero, tras un rebote en Ibáñez.
Lo que
continuó fueron 24 minutos de decoración. Pudo haber ampliado la ventaja
Boca; ya no había espacio para la remontada épica de Olimpo. Entonces,
Falcioni se dio lujos propios de un equipo granítico: prescindió de su
conductor. Faltando diez minutos, lo sacó a Riquelme para que escuchara
aplausos. Los mismos que acompañaron al campeón en el final de esta
victoria previsible. Lógica pura.
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